Desde hace mucho tiempo, las mujeres y hombres de Haro han estado vinculados a las tareas y faenas de la viticultura y de la elaboración del vino, en un territorio donde el viñedo es el cultivo por excelencia.
En el recorrido de este museo al aire libre, se pueden contemplar diferentes esculturas de oficios tradicionales, artesanos y artísticos, con los que se reconoce el trabajo, en algunos casos ya desaparecido, de muchas personas que vivieron y trabajaron en Haro y en La Rioja Alta.
A la sombra de las importantes fabricas de alpargatas que existían en Haro, un considerable número de vecinos también se dedicaba a su confección a pequeña escala. Estos artesanos, que solían instalarse en enclaves protegidos de las inclemencias del tiempo, utilizaban para su trabajo una pequeña mesa , con asiento incorporado, en la que sobresalía un pivote de madera, donde se apoyaba la suela de esparto para aplicar, con una lezna o un punzón, un fuerte cosido con hilaza de yute. El resto de utensilios, las tijeras y una aguja más fina, les servía para cortar la tela y rematar su cosido a la suela. El gremio de alpargateros tuvo un importante peso en la ciudad hasta casi mediado el siglo XX, siendo varias y sonadas las huelgas que organizaron en defensa de sus derechos.
Llegado el momento en que el vino debía abandonar la barrica y ocupar la botella para conseguir su optima finura antes de la comercialización, dos relevantes tareas recaían en los empleados con más experiencia de la bodega. Una era el embotellado, en la época que lo ordenaba el maestro bodeguero, para evitar cualquier tipo de decantación, teniendo muy en cuenta el nivel de líquido envasado, ya que la segunda consistía en el encorchado, que, con el fin de evitar mermas y pérdidas de tiempo, necesitaba la uniformidad y meticulosa mesura de la primera. Trabajos que, en aquellos años, conllevaba permanecer en postura sedente, durante muchas horas, en banquetas que realmente no destacaban por su comodidad.
Dentro de los muchos trabajos que generó la boyante economía harense de finales del siglo XIX, también debe reseñarse el del limpiabotas. Fue en aquella época en la que los ciudadanos elegantemente vestidos, asistían a los numerosos eventos que se producían en la ciudad, por lo que muchos asiduos visitaban al limpiabotas con la intención de lucir el calzado bien lustrado. Para realizar su trabajo el limpiabotas utilizaba una caja, normalmente de madera pulimentada, con un soporte para apoyar la suela de calzado, guardando en su interior protectores para los calcetines, varios botecillos de lustre de distintos colores, diversos cepillos, para aplicarlo y sacar brillo, y las bayetas con las que conseguía un espectacular resultado. Pasados los años, a finales del siglo XX, la imagen del popular limpiabotas había ya desaparecido, por lo que, tal vez, esta representación sea la única imagen que podamos observar de este oficio.
Desde tiempos inmemoriales, y para complementar los ingresos producidos por el trabajo en la bodega, numerosas huellas eran explotadas por los lugareños. Sus productos eran de primerísima calidad y se traían para su venta, por hortelanas que se aposentaban en este lugar del casco urbano donde existieron plaza de abastos y todavía hoy se celebra el mercado al aire libre. Estas mujeres, como la que observamos en esta escultura, siempre fueron las genuinas representantes de la Plaza de la verdura, así denominada a comienzos del siglo XX. Llegaron a ser tan apreciadas y consideradas que se convirtieron en las protagonistas de un sainete localista titulado “Vega la Jarrera”.
Faltaban algo más de dos décadas para la finalización del siglo XIX,cuando un apreciable número de comerciantes al por menor y pequeños productores de vino, aprovechando la escasez de tabernas, instalaron sus despachos o tiendas en el portal de sus viviendas, esquinas y pasos estratégicos de la localidad. Sus herramientas de trabajo eran escasas y sencillas como garrafones donde trasportaban el vino y un embudo para su transvase e la botella, si es que el cliente así lo deseaba, en vez de consumir el clásico jarrillo. Estos improvisados taberneros contaron con la competencia de numerosas vendedoras de vino que se distribuían por el casco antiguo, hoy La Herradura, ofreciendo su producto también en pequeños jarros de barro. Costumbre que había arraigado de tal forma en los harenses que, en no mucho tiempo, serían bautizados, por los forasteros, con el topónimo de. “Jarreros”.
La necesidad del recipiente para el transporte de líquidos, especialmente vino y aceite, supuso, ya hace muchos siglos, la aparición de los odreros, artesanos que trabajaban, preferentemente, la piel de la cabra para la fabricación de odres, más conocidos en nuestra zona como pellejos de vino. La incursión de los bodegueros franceses en nuestra comarca impulso la utilización de barricas para el transporte de vino, por lo que durante la segunda mitad del siglo XIX los toneleros desplazaran a los odreros quienes pasaron a ser más conocidos como boteros, ya que su actividad se especializo en la fabricación de la típica bota de piel imprescindible en cualquier fiesta o romería.
Ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX, la tonelería, oficio que había llegado de la mano de los bodegueros bordeleses que se asentaron en nuestra población, adquirió extraordinaria importancia, ya que la barrica de 220 litros fue el recipiente preferido para el transporte de vino. Durante muchos años este trabajo tuvo tanta demanda que, al no ser suficientes los toneleros harenses para producir las barricas necesarias, hizo que numerosos carpinteros de ribera de los puertos de Bermeo, Lekeitio, Ondarroa.. acudiera a nuestra villa para acomodarse en oficio tan bien remunerado. Tal profusión de toneleros creo un ambiente espectacular, tanto visual, por los vivos fuegos que se dejaban ver domando las duelas, como económico, ya que algunos de ellos alardeaban de tal forma de sus ingresos que incluso llegarían a encender los habanos con billetes de papel moneda.
La bonanza económica generada por el precio del vino incrementó la necesidad cultural de gran parte de la población, siendo, sin duda, las artes musicales la más solicitadas. Este elegante músico que toca la trompa parece entresacado de alguna de las bandas de música harenses que, perfectamente organizadas y vestidas, se hacían oír desde 1840. eran los músicos de la milicia del batallón de Haro, dirigidos por D. Gabriel Rivera, quienes, a finales de mayo de 1842, interpretaban los pasacalles que anunciaban la inauguración del Coliseo Municipal, hoy Teatro Bretón de los Herreros, que podemos contemplar a escasos metros.
Esta zona de descanso situada al límite del barrio de Las Huertas fue configurada a finales del siglo XIX al crearse la primera transversal del cerrado del General Salcedo, hoy Avenida de LA Rioja. El terreno, que quedó totalmente delimitado por los edificios de la población en su lado Este y por la calle de la Ventilla por el Sur, fue adquirido por el industrial Felipe Pérez, quien plantó los cedros de Líbano que hoy siguen distinguiéndolo. En 1992 fue transformado en parque público, y se dedicó al retratista de paisajes riojalteños Jose Maria Tubía Rosales y al cubista de vivos colores Jesús Santamaría Azpitarte, perpetuados, desde 1998, por una obra escultórica de Miguel Ángel Sáinz Jiménez que representa a un pintor y a su modelo.
La escultura representa a dos abuelos con sus nietos sentados en un banco. Una escena cotidiana en la que el abuelo ofrece un caramelo a la niña mientras la abuela le limpia la nariz y el niño más pequeño abraza a su abuela por detrás.
Escultura realizada en bronce que representa una de las escenas más representativas y queridas en Haro. Tres personajes lanzándose vino con unas botas representando lo que sucede cada mañana del 29 de Junio coincidiendo con la festividad de San Pedro, “La Batalla del Vino”. Fiesta declarada de Interés Turístico Nacional que consiste en remojar con vino tinto a otros participantes hasta quedar completamente morados. La “batalla” se desarrolla en el paraje de los Riscos de Bilibio a unos 6 km. al norte de la ciudad.
Este fuerte abrazo acompañado de un sencillo baile a pies descalzos, sobre los racimos de uva, era el procedimiento artesano utilizado para conseguir el mosto que, tratado por nuestros viticultores, dio vida a uno de los vinos más prestigiosos del mundo : EL RIOJA. Casi al mismo tiempo, y debido a su evolución, irían aflorando diversos oficios que la ciudad de Haro, cuna y capital de este afamado vino, ha querido exhibir mediante diferentes esculturas ubicadas en algunos delos rincones más acogedores de su casco urbano.
El esfuerzo de las vendimiadoras, ya que la mujer era la principal figura de la recolección, y de los porteadores de cestos con el fruto recién cortado, se refleja en estas comportas que, rebosantes de racimos esperan ser transportadas a las bodegas para convertirse en apreciado vino. Las comportas, especie de canastas de madera, que se caracterizaban por una mayor anchura en su parte alta, fueron durante muchos años las receptoras del producto de la vid en su camino a los lagares, cayendo en desuso avanzado ya el siglo XX.
Esta pieza escultórica que recibe a viajeros y visitantes, es el homenaje a los viticultores que, con su esfuerzo, han logrado que el vino de Rioja sea conocido y apreciado en todo el mundo. Nada mejor que la reproducción de un hermoso racimo de uva, como uno de los que suelen cuidar y vendimiar, para plasmar la excelente calidad de nuestros caldos.
La fuerza animal (representada por el caballo) es guiada por la mano del hombre para alumbrar, tras los cuidados consagrados a la vid, un nuevo vino (representado por el niño) , que será mimado y evolucionado en la bodega, representada por la mujer que muestra su inmejorable logro en la copa que exhibe en su mano. Esta alegoría vinícola se encuentra rodeada por las famosas y centenarias bodegas harenses, o Catedrales del vino, que desde su fundación han paseado y pasean , junto al resto de las bodegas instaladas en el municipio, el nombre de la ciudad de Haro en las etiquetas de sus botellas, consiguiendo que todos los países amantes del buen vino la reconozcan y denominen, HARO CAPITAL DEL RIOJA.
Recopilación de los murales realizados en diferentes fachadas de Haro; muestran imágenes relacionadas con el mundo del vino y la cultura de nuestra ciudad con una gran diversidad de estilos y enfoques.
Mural sobre la Batalla del Vino, situado en la plaza interior de la Calle Castilla (junto a la estación de autobuses).
Mural de estilo cubista. Situado en la Calle Martínez Lacuesta esquina con Calle la Ventilla.
Realizado en el 2013 con motivo de la exposición de La Rioja Tierra Abierta.
Reproducción del cuadro del pintor riojano Enrique Patermina, ubicado al lado del Palacio de Bendaña, en la fachada 'del Tijis'.
Representa las edades del vino.
Situado en la Calle Santa Lucía.
Ubicado en la parte superior del muro de ADIF, en el histórico Barrio de las Bodegas.
Muestra una imagen que plasma el origen de la relevancia que Haro tiene en estos momentos dentro del mundo del vino y su cultura.
Situado al final de la Calle Rioja Palomar, se ve desde el Polideportivo El Ferial.
Situado en la Calle Tenerías, junto a los Jardines de la Vega.
Situado en la Plaza José Ruiz Extremiana "El Feo".
Representa a todas las tribus urbanas, a todo el tipo de gente que se puede reunir en este rincón de Haro.
Biblioteca Antigua San Millán de la Cogolla
Monasterio de Suso